I - Superego

Ante todo, reconozco en mí un fuerte sentimiento de egolatría, ¿y qué tema iba a tratar alguien tan preocupado por su ego sino él mismo? Escribo esto, en definitiva, por y para mí; el hecho de que lo haga público no reafirma sino mi vanidad, pendiente siempre de ser reconocida o, al menos, atendida.

Esto es, en el fondo, algo que doy por hecho en todas las personas; debéis saber... no, os quiero decir que no creo en vuestro ideal altruismo, en las causas nobles ni en nada que supuestamente antepongáis a vosotros mismos. Claro que no todo el mundo piensa igual que yo: por eso, repito, quiero dejar clara constancia de mi gran a amor a mí mismo, que me afecta e influye en todos los ámbitos.

Y esto me lleva a otra cuestión: la sinceridad. Me mentiría a propósito si pudiera hacerlo, pero no logro auto engañarme a no ser que lo haga sin proponérmelo, inconscientemente se podría decir. Así pues, si pretendo convertir esto en un reflejo de mí, no me queda otra opción que ser sincero hasta lo hiriente. Y como el motivo de que escriba no es más que deciros que estoy aquí, si mintiera mi labor carecería de sentido; no es que espere unas alabanzas a mi forma de ser, pues esperar que nos quieran es, como esperar aplausos al final de la obra, humillante... Bueno, dije que no mentiría: por supuesto que espero reconocimiento, como aplausos o guantazos; la forma me es indiferente, ¡pero que se me preste atención!

Aunque, ¿sabéis? Antes ya de comenzar a escribir me decía a mí mismo "debes hacerlo así y así"; sólo coger el lápiz y, sin pensar, transcribir al papel las obsesiones que me carcomen. Y así, divagando, me imaginaba a mí mismo en el futuro sin soltar más que mentiras; contando alguna historia, definiendo algún pensamiento o esclareciendo un sentimiento (pues escribir es necesariamente reduccionista) para justo después del -supuesto- punto final decir "¿ven esto? pues es todo mentira". A veces lo hago a conciencia, pero en ocasiones comienzo a escribir y la falacia surge de mi boca de manera natural. Sin quererlo conscientemente. Y esto ocurre, muy a mi pesar, porque intento engañarme a mí mismo y esconder el patetismo que siento; me detesto, os confieso. No soporto estar conmigo mismo a solas, en silencio, y escucharme: tengo la sensación de que mi cabeza sólo produce basura...

Pero, ¡ay! existe a veces en la falta de autoestima una vanidad tal que me hace sentir especial: me otorga cierta sensibilidad que, sin reconocerla en quienes me rodean, me coloca paradójicamente sobre ellos. Así, mi sentimiento de inferioridad me convierte paradójicamente en un arrogante trágico. Un masoquista que necesita torturarse para reafirmar su condición de maltratado por la vida, mi sentido de originalidad defectuosa. Soy un verdadero sentimental que traduce sus emociones en el melodrama. Ridículo, pues a la vez que me siento por encima de "la mayoría" quisiera ser como ella. No sabría definir esto sin recurrir a la ambivalencia, a la mezcla de envidia y desprecio, a mi amor propio y a mi querer ser diferente.

1 comentario:

María Magdalena dijo...

Eres como la chica flaca de las superproducciones para estudiantes americanos, esa que es ambigua y extraña y que en fondo de su oscuro corazoncito incomprendido desea ser una rubia oxigenada con tetas enormes y pompones de animadora.

Te aplaudimos, amor.


Oh, ¡¡la Danza de la muerte!!